29. Mira detrás de ti

—No sé lo que usted está diciendo —Altagracia vuelve a dar otro paso hacia atrás, convencida de que lo que escuchó fue sólo producto de su imaginación—, debe estar confundida.

—Tendrás tus motivos para no decir la verdad, pero yo quiero oírlas, hija —la señora Aleida agarra sus manos. La familiaridad del contacto es tal que Altagracia siente unas grandes ganas de llorar—, sólo necesité verte —unos dedos cariñosos acarician la mejilla de Altagracia—, para darme cuenta que eres tú, Altagracia. No puedes mentirme a mí. Soy tu abuela. Conozco tus secretos, niña. Y sé quién eres.

Al quedarse enmudecida, Altagracia tiembla de pies a cabeza. Las palabras se esfuman, y con ello también la valentía. Su abuela la crío junto a sus hermanas. ¿Cómo pudo creer que podía mentirle a su propia abuela? Aún así se queda en silencio, y las frágiles y temblorosas manos de la señora Aleida se llenan de lágrimas.

Su abuela llora.

—¿Por qué lo hiciste, Altagracia? ¿Por qué has mentido con tu muerte…?

—Yo no
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