Veni yacía en la camilla de urgencias. Su rostro estaba pálido, su respiración exageradamente agitada. A su lado, Bastian permanecía de pie, visiblemente inquieto, sujetando la mano de Veni con fuerza. Junto a él, la señora Maia no paraba de caminar de un lado a otro, mordiéndose las uñas con ansiedad.
Pocos minutos después, el médico salió de la sala de observación. Era un hombre de mediana edad, con rostro sereno.
—¿Cómo está Veni, doctor? —preguntó Bastian de inmediato, conteniendo el aliento.
El médico esbozó una pequeña sonrisa.
—Todo está bien. No hay señales de aborto. El bebé está sano, y la condición de la madre es estable. No se han encontrado lesiones ni traumas físicos.
Bastian y Maia soltaron un suspiro de alivio casi al unísono.
—Gracias a Dios… —murmuró Maia, llevándose una mano al pecho—. Dios sigue cuidando de mi nieto.
—Si no les molesta, vamos a observarla un poco más antes de darle el alta. Pero, sinceramente, no hay motivo para preocuparse —añadió el médico antes