Danae
El resto del día en la oficina se desenvolvió con una calma engañosa. Después de la visita de Isabella, había esperado miradas, comentarios o incluso tensión con Kael, pero nada de eso sucedió. Nos movimos entre papeles, contratos y llamadas con la misma profesionalidad con la que siempre lo hacíamos. Como si su visita no hubiera dejado huella.
Yo misma me obligué a mantener esa máscara. Revisé los documentos que llegaban, respondí correos, organicé agendas. Cada vez que levantaba la vista y lo veía en su oficina, serio, con la mandíbula tensa, me repetía que no debía dejar que mis emociones interfirieran. No podía mostrarle que la presencia de Isabella me había hecho tambalear, ni que cada sonrisa suya hacia los demás me dolía más de lo que debería.
Me aferré a mi libreta, escribiendo listas interminables, como si con eso pudiera controlar el caos en mi interior.
Las horas transcurrieron lentas, el murmullo de teléfonos y teclados era lo único que llenaba el ambiente. Hasta que