La casa era demasiado grande para el silencio. Cada rincón tenía un eco que me recordaba que, aunque me rodeaban risas y voces, aún había partes de mí vacías. Sin embargo, esos vacíos dolían menos cuando veía a los niños correr por el pasillo, cuando escuchaba el sonido de sus pasos, cuando sus pequeñas manos buscaban las mías con naturalidad.
Lucas estaba en el suelo, concentrado en un rompecabezas de dinosaurios. Sofia, en cambio, me mostraba un dibujo con líneas torcidas y colores vivos.
—¿Mira, mamá? Es nuestra familia. —Su sonrisa era tan luminosa que sentí cómo algo se apretaba en mi pecho.
—Está precioso —le dije, agachándome para verla a los ojos—. ¿Ese soy yo?
Asintió, muy seria.
—Sí, y papá también. —Señaló una figura más alta al lado de la mía—. Y nosotros.
La palabra papá me hizo mirar hacia la ventana. A lo lejos, Kael hablaba por teléfono, con ese tono autoritario y sereno que lo caracterizaba. No podía negar que imponía, pero también había en él algo… cálido. Algo que n