Parte XXVII.- Sin compasión.

El suelo temblaba y, poco a poco, la tierra mojada y los árboles que nos rodeaban desaparecían. Enormes paredes se levantaron frente a nosotros, encerrándonos en una vasta sala de muros y piso de piedra. Era una especie de castillo, aunque parecía más una mazmorra o calabozo debido a la ausencia de luz y al ambiente tétrico del lugar. Amanda seguía llorando desconsoladamente junto al cuerpo de Erwin.

Me acerqué a ella y, con todo el tacto posible, le hablé.

—Hay que irse... —le dije, mientras le tocaba el hombro.

—No... —respondió, con voz baja y entre sollozos.

Los muros se completaron y el suelo dejó de moverse. Teníamos que movernos; ahora que la niebla se había disipado, era solo cuestión de tiempo para que encontráramos a otros participantes.

—Oye, de verdad siento tu pérdida, pero si no nos movemos estaremos en peligro...

—¿Qué, lo sientes? —me interrumpió la mujer, entre llantos. Su voz se oía temblorosa y llena de furia—. ¡Tal vez seas hijo de Aranis, pero no eres para nada co
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