El Sotto Capo empujó la puerta del despacho con cautela, tanteando el humor de su hermano. Había sido avisado por sus hombres del mal temperamento que traía ese día. Era conocimiento de todos que había dormido en una de las habitaciones del segundo piso y que su esposa no había bajado en todo el día del tercero. La tensión que se respiraba era demasiada y ponía en alerta a todos.
—Dije que no quería que nadie me molestara, tú incluido —dijo el Capo sin levantar la vista del computador.
—Eso he oído —cerró la puerta sin darle importancia a lo que acababa de decir—. ¿Sigues molesto por lo de ayer? No puedes culpar a la chica por buscar soluciones. Sabemos que no es de las que esperan sentadas, sino de las que buscan soluciones, incluso si eso va en contra de todas las reglas. Fue así como la conociste, no esperes que cambie.
—No voy a discutir con nadie mis problemas con ella —respondió escueto—. Si has venido por eso, es mejor que te largues.
—A mí me importa una mierda lo que quieras