Livia
Salvatore fue el hermano que nunca tuve. Me ayudaba a escabullirme de la mansión, me cubría en las tonterías que hacía para que mi padre no me castigara y siempre me ayudaba a llegar hasta la celda donde tenían a mi madre. Él fue el único que me consolaba en mis noches más amargas, cuando sentía que el mundo se me venía encima y que no había nada que me salvara.
Ahí estuvo él, para mí, toda la vida.
Y cuando no lo estuvo, tuve que acabar sin mí. «Tenemos que ser egoístas para sobrevivir». La mafia me había arrebatado todo y me negaba a darle lo último que me quedaba.
Tomé el arma que llevaba en su pantalón, quité el seguro y me preparé para salir. No importaba matarlos a todos, yo regresaría a dormir en mi cama, al lado de mi marido. Abrí la puerta y descubrí a uno de los hombres sosteniéndose con aburrimiento; para cuando me vio, ya era tarde: la bala acabó con su vida y se desplomó en el suelo.
Era una maravilla que aquello tuviera silenciador. Miré a mi alrededor buscando las