Nápoles, Italia
Los hombres entraron al despacho donde el Capo esperaba noticias. No traían avances, salvo unos discos que le tendieron a Enzo para que los viera por su cuenta.
—Mis halcones confirman que sigue en la fortaleza de La Reggio. Rescatarlo es imposible, señor. A menos que ellos decidan devolverlo, y con esto que enviaron, no creo que sea lo que quieren.
—¡Imbéciles de mierda! —lanzó la botella contra la pared, estallando en mil pedazos.
Metió el disco en el reproductor y se recostó en su sillón de cuero, apretando los apoyabrazos con los dedos como garras. La imagen tardó unos segundos en estabilizarse: su hijo legítimo, Raffaele, colgado por las muñecas, el torso hecho un mapa de heridas, la mirada perdida y suplicante.
No sintió compasión. Ni un mínimo de tristeza.
Lo que ardía en su interior era rabia. Pura rabia.
Ira por ver al varón que debía heredar su trono convertido en un trapo sangriento.
Una vergüenza para el apellido Moretti.
—Maldito inútil... —escupió con des