Con gran fuerza volcó el escritorio, causando un estruendo que acabó con la laptop que reproducía el video tomado en el club Obssidiana. Aquello no le bastó para deshacerse de su ira; se fue al bar y lanzó las botellas y las copas de cristal al suelo, volviendo todo un caos de cristales rotos y alcohol derramado.
Sentía su ego herido, y nada de aquello le bastaba. Quería ahorcar a esa perra con sus propias manos y ver cómo la vida se esfumaba de sus ojos.
—Esa es la puta que tú criaste, esa fue la mierda que me vendiste como una mojigata bien educada. ¡Ahí tienes a esa perra traicionera volviéndose loca por la verga de otro hombre que no es su prometido!
Enzo estaba igual de rabioso, pero a diferencia del prometido de su hija, él se controlaba. Tenía las mismas ganas de matarla y enterrarla en un lugar donde nadie supiera, porque no merecía ser recordada.
—¡Voy a matarla! He perdido el respeto de mi propia gente; mis socios se han burlado en mi cara por no saber dominar a mi propia mu