Livia
Saboreé el apetitoso miembro en mi boca. Sentía su hinchazón y lo duro que se ponía con aquello. Sus gemidos guturales me incentivaban todavía más. Pequeñas lagrimitas salían de mis ojos cuando lo llevaba hasta lo más profundo.
Desde abajo lo observé y ¡maldita sea! la imagen que tenía frente a mí lo era todo. Podría correrme solo de verlo de aquel modo. Era increíble la adicción que sentía, no era para nada sana.
—Ven aquí —ordenó con su voz seductora, palmeando sus piernas—. Voy a follarte con ese vestido que traes. No has hecho más que tentarme desde que llegaste.
Despacio lo saqué de mi boca y me puse de pie, subiendo la tela hasta mi cadera y sacándome la braga que traía puesta. Me senté sobre el escritorio, apartando su portátil y abriendo las piernas para él.
—¿Por qué no vienes tú, mejor? —Él siempre era quien tenía el control. Pero esa noche, quería pensar que yo también podía tenerlo—. Quiero la cabeza del capo entre mis piernas. Ahora.
Me dio una larga e intensa mirad