Livia
De un sorbo me tomé el trago, analizando el juego. Íbamos iguales, pero sospechaba que él se estaba conteniendo para no humillarme delante de todos. Era muy bueno, debía admitirlo, pero yo era mejor.
Nos quedaban cinco bolas a cada uno. Debía hacer una buena jugada si quería ganarle y callarle la boca a la bola de imbéciles que tenía alrededor. Ninguno me apoyaba.
Mordí mi labio inferior, dándole una mirada sensual antes de inclinarme sobre la mesa, sintiendo cómo el vestido se tensaba en mi trasero y cómo el escote de mis senos quedaba más expuesto. Podía sentir cómo sus ojos me quemaban. Era demasiado posesivo como para dejar que los demás me vieran tan provocativa.
—Al próximo que la mire, que se despida de sus asquerosos ojos —alcancé a oír, y sonreí grandemente, motivándome a golpear la bola, metiendo dos al mismo tiempo.
—¡Eso, carajo! —celebré victoriosa. Estaba a tres bolas de ganar—. ¿Ha visto eso, mi señor? Debe meterlas todas de una vez si no quiere perder ante su señ