Livia
Sonreí, acomodando mi cabello antes de bajar de la camioneta. Eran pasadas las once de la noche, ya estaba oscuro y las luces de la ciudad iluminaban las calles. Había una enorme fila de personas queriendo entrar al club, la algarabía de quienes discutían con el guarda por no dejarlos entrar y los chillidos de felicidad de quienes sí lo lograban.
Matteo era conocido como el rey de los clubes nocturnos, en Roma, Milán y Palermo. Aunque este último era coadministrado por el capo de la Cosa Nostra, una muestra de respeto y alianzas.
El de Reggio di Calabria era el santuario de los calabreses. El más exclusivo, donde no entraba cualquiera. Su público eran políticos y empresarios, y los hijos de estos. En otras palabras, solo gente de poder y dinero.
Obssidiana se llamaba, tan oscuro como su dueño.
—Señora Vescari —me saludaron los hombres de fuera cuando me identificaron en medio de mis cuatro escoltas—. Bienvenida.
Asentí levemente en respuesta, entrando seguida por mis hombres. D