Napoli, Campania
Los gritos desgarradores desataron la sonrisa del hombre que observaba la escena como si fuera el mejor espectáculo jamás visto. A través del cristal, excitado con lo que veía, se follaba a una de sus prostitutas, imaginando que su linda prometida un día estaría en el lugar de ellas: un día al otro lado del cristal, siendo torturada, y al siguiente, la puta a la que se cogería cada que quisiera.
Aunque ya no pensaba casarse con ella, la convertiría en una de sus putas. Ya no consideraba que mereciera tal honor después de haber dejado que la polla de otro hombre entrara en su coño. De haber permitido que alguien más, que no fuera él, le quitara lo que tanto deseó.
Pensar en Livia lo enloquecía, lo hacía desconectarse de sus sentidos y solo querer tenerla para él. Quería oír sus gritos, lamer sus lágrimas, hacer su piel arder en más de una forma y utilizarla hasta no dar para más. Quería verla siendo usada por sus leales. Ese sería el castigo que le impondría.
Se relami