Livia
Me detuve a mirar con detenimiento el mapa frente a mí, enfocado en Puglia, señalando las posibles salidas sin tener que traspasar los anillos de seguridad de Darío. Se suponía que estaba en Campania junto con mi padre, pero no era tan tonto como para descuidar su territorio por un capricho.
—La mejor salida es por mar —indiqué un punto en el mapa—. Ahí hay una pequeña isla. No es dominio de Darío, sino de mi padre. Está desolada, pero planea construir un helipuerto.
—¿Cómo sabe todo eso? —preguntó el consigliere—. Las mujeres en la Camorra no tienen acceso a tanta información, ni siquiera la hija de un Capo.
—No importa cómo, sino lo que sé —me giré a verlo, molesta—. Debería dejar de cuestionar tanto lo que digo, lo hace ver deficiente y me hace preguntar: ¿cómo es que es consigliere si cuestiona cada información que se le da?
—Si esa isla existe, podemos dejar un equipo que esté preparado para recibirnos y traernos de regreso por aire —interfirió Alessio.
Ya se había discutid