Desde la ventana de una de las torres de vigilancia, la vio caminar hacia el helipuerto, vestida completamente de negro y con el cabello sujeto en una coleta alta. Se veía arrebatadoramente sensual, tanto que quiso detenerla, encerrarla en su habitación y hacerla suya toda la noche. Pero sus deseos podían esperar: tenía curiosidad por ver cómo manejaba una misión tan arriesgada como aquella.
Tal vez se había excedido un poco al dejarla a cargo de algo tan peligroso. Pero ella tenía que aprender que aquello no era un juego, sino un constante peligro que traía consecuencias.
—¿No irá con ella? —preguntó uno de sus hombres—. Dicen que ha cambiado todo el plan. Vittorio estaba furioso.
—No —respondió sin girarse, viendo cómo el helicóptero se elevaba. La dejarían dentro del territorio calabrés y, desde ahí, supervisaría todo. Tenía prohibido salir o arriesgaría su propia vida—. Vittorio pagará por ello. Así como ella, si falla.
No la había visto desde aquella mañana, cuando subió a cambia