Livia
Me vi una vez más en el espejo, encantada con el resultado. Me había vestido con unos pantalones cortos que subían hasta mi cintura y un crop top que dejaba mis hombros al descubierto. Mostraba un poco, pero no demasiado; ideal para salir a caminar sin sofocarse con el calor.
No planeaba quedarme ahí encerrada. Tampoco era que caminara tan mal, era apenas un detalle que se notaría si alguien prestaba demasiada atención. Además, no me importaba: se suponía que era mi marido y que lo hacíamos desde la noche de bodas.
—¿Qué haces? —preguntó él, entrando a la recámara, levemente extrañado—. Creí que dijiste que no saldrías.
—Cambié de opinión. Quiero que me muestres este lugar.
Asintió sin problemas.
—Debo advertirte que hay cosas que no te gustarán para nada —no me extrañaba; desde que llegué noté la energía pesada que ni con toda la belleza con la que trataban de disfrazarla podía ocultarse—. Voy a vestirme y bajamos.
—Está bien. Te esperaré abajo.
Pensativa, bajé a la terraza y