Livia
Me sujetó con fuerza, elevándome hasta el lavabo y abriéndome las piernas para colocarse entre ellas. Sostenía mi cuello por detrás y tomaba mis labios con tanta agresividad que dejaba ver su molestia y el dominio que le encantaba ejercer.
Mis manos buscaron los botones de su camisa, e impulsada por la rabia, tiré de ella, rompiéndola y lanzando los botones por todo el baño. Su piel se sentía tan caliente, tan adictiva, que me incitaba a tocarla más, a explorarla y disfrutar cada roce. Estaba desesperada por probarlo, lo deseaba. Desde el momento en que lo vi, mis pensamientos fueron impuros por aquel hombre que era el pecado personificado.
Dejé que me tocara, que su mano se colara por debajo de mi pequeña bata y acariciara mis muslos, mi cadera y mi trasero. Podía sentir la humedad deslizarse por mis bragas, ese fuego interno que estaba a punto de incinerarme. Había dicho que no volvería a caer tan fácil en sus garras, pero era difícil mantener el autocontrol cuando lo tenía ce