Mis labios se curvaron sin consultarme y Ronda me acarició la mejilla asintiendo.
—Así me gusta. Saboréalo, que te lo has ganado con creces. Y esta noche, cuando te vayas a dormir, dale las buenas noches y tu bendición. Háblale cuando y cuanto quieras, Risa. Él te escuchará. Y quién sabe, tal vez cuando crezca un poco tú lo escuches a él. Contigo, no me extrañaría.
Le hice caso. Esa noche, como Mael no estaba, Quillan y Sheila vinieron a dormir conmigo. Todavía estaban excitados después de sus aventuras en el Bosque Rojo con Milo, Aine y Dugan. Habían pasado varias horas aprendiendo a rastrear distintos animales, y Quillan hasta había logrado cazar una liebre.
Milo ya me lo había contado al regresar, refiriéndome enternecido que el primer impulso de Quillan había sido traerle su presa a Sheila, para compartirla con ella.
—Imagino que así fue como sobrevivieron cuando quedaron solos en el bosque de Egil —dijo—. Hay marcas que nos acompañan toda la vida.