Olena retrocedió y suspiró fingiéndose fatigada, con una mirada hacia las puertas al otro lado de la sala de estar, que imaginé conducían a la alcoba de Eldric. Él fue en tres pasos hacia una rotonda de sillones y agitó la campanilla que descansaba en la mesita en medio de los asientos. Las puertas al corredor se abrieron de inmediato para dar paso a una de las sirvientes, una mujerona alta y corpulenta de más de cincuenta años.
—¿Dónde quieres alojarlos, querida? —le preguntó Eldric a Olena, señalándonos con el mentón.
—Juntos en una habitación vecina, donde estén cómodos y tengan calefacción. Sivja se encargará de cuidar a mi Alfa —respondió ella con desgano, dándonos la espalda.
—Ya has oído a su Majestad, Luva —le dijo Eldric a la mujerona con acento severo—. La muchacha te indicará lo que necesitan. Desde hoy, eres responsable de que nada les falte. Búscate alguien de tu absoluta confianza para que te reemplace en tu ausencia.
—Sí, Alteza —dijo la mu