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Aquella mañana fue un oasis en medio del infierno.

Sin dejar de besarme, Mael me alzó en sus brazos y me cargó a depositarme en su cama, tendiéndose a mi lado.

Sabía que si alguien llegaba a vernos, seguramente Olena ordenaría mi muerte.

Pero en ese momento no podía importarme menos.

Había visto demasiadas veces a Mael con ella, y de inmediato me di cuenta que su conducta era radicalmente diferente. Aun sin decir palabra, con su mente aún encerrada en un hermético silencio, supo demostrarme que me recordaba.

Me lo demostró con la forma en que me acariciaba y me besaba, con una suavidad que me derretía el corazón y una deliciosa ausencia de prisa. Si cerraba los ojos, hasta podía imaginar que volvíamos a estar en nuestro hogar en Reisling.

Tal como hacía entonces, jugó con mi pecho hasta que me revolví agitada, y luego volvió a buscar mis labios mientras su mano iba y venía por mis piernas. Yo acariciaba su espalda y sus brazos, besaba su cue

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