Lavar su pecho enflaquecido volvió a llenarme los ojos de lágrimas. Al menos no tenía cicatrices de golpes. Sin embargo, lo que me obligó a morderme los labios hasta hacerme sangre para contener mi llanto fueron sus genitales. El uso continuo del arnés, sumado a las erecciones que lo obligaban a tener constantemente, había acabado marcando su cuerpo.
Tenía un delgado círculo en torno a sus testículos y su ingle, donde la carne oscurecida estaba hundida, señalando dónde se ajustaba la tira de cuero. Su piel mostraba huellas de diminutos cortes encallecidos donde el arnés lo raspaba, y estaba irritada en la parte interna de sus muslos, donde también descubrí pequeños cardenales.
Lo lavé lo mejor que pude, y luego tuve que lidiar con sus pies, que mostraban mejor que cualquier otra parte de su cuerpo la falta de higiene y cuidado a la que lo sometieran.
Cuando al fin terminé, me paré ante él abriendo un paño grande. Mael me enfrentó impávido, como si nunca hubiera