Crucé la habitación intrigada, y al abrir la puerta me encontré una rubia con una bandeja de comida. Me la entregó en silencio, como solían hacer todo las rubias a menos que sus señoras les dirigieran la palabra, y se marchó con una inclinación de cabeza al pasar frente a la centinela apostada en el corredor. Era una pálida aspirante a amazona, que de momento cumplía con esas tareas de vigilancia que ninguna blanca se rebajaba a hacer, a menos que Olena lo ordenara expresamente.
Cerré la puerta y me volví hacia ella con la bandeja en las manos, esperando que me dijera que hacer. Ya me había enseñado a golpes que la iniciativa propia no se contaba entre las virtudes que apreciaba. Al contrario, disfrutaba de saber que todos los que la rodeaban esperaban sus órdenes para mover un dedo.
Me sorprendió que me indicara que regresara a mi lugar junto a ella, pero no iba a tentar su paciencia pidiendo confirmación. Volví a sentarme en la alfombra junto a la cabecera de su divá