Mendel y sus hijos se reunieron con nosotros un par de kilómetros al este de las tierras de cultivo de Rathcairn y continuamos camino todos juntos. Poco después avistamos un campamento improvisado y tres cabañas a medio construir, en las que trabajaban una docena de humanos.
—¿Qué harán aquí? —inquirí, aprovechando la excusa para distraernos al menos por unos minutos de lo que nos traía al oeste.
—Estamos llevando a la práctica la idea de Luna Risa —explicó Mendel guiñándole un ojo a mi pequeña, que enrojeció hasta las orejas—. Los que saben construir están levantando casas para los agricultores, que están ocupados en los campos. Si el clima acompaña, habrán terminado al menos diez viviendas antes que llegue la nieve, y los refugiados podrán mudarse aquí.
—¿Todos los humanos?