—¿Encontraste rastros de vasallos o algo parecido? —le pregunté a Mendel, cerrándome a los demás.
—No, nada. Ni siquiera campamentos de cazadores como la vez anterior.
—¿Qué es lo que te preocupa, entonces?
—No lo sé, Mael. Es algo en el aire. Huele a peligro.
Risa nos escuchaba con la vista baja, y apretó mi mano en silencio.
—¿Quieres que nos marchemos? —le pregunté.
—No. Ya hemos llegado hasta aquí —respondió en un susurro—. A menos que ustedes descubran alguna amenaza concreta, prefiero que continuemos adelante.
Y eso hicimos. Una vez más, descansamos unas horas después de cenar, y retomamos camino. Mendel y sus hijos, que estuvieran allí sólo meses atrás, recordaban el camino mucho mejor que yo, y podían guiarnos sin inconvenientes por el bosque a