Le acaricié una mejilla. Encontró al fin mis ojos, y los suyos sólo mostraban confusión.
—¿Y qué tiene de malo ese sueño, vida mía? —pregunté con suavidad—. ¿No crees que lo causa la tensión de todo este lío?
—Es siempre el mismo —respondió—. Muy detallado. Estoy segura que reconocería el lugar si lo viera. Y tiene esa sensación de recuerdo que tenían mis sueños con Malec, cuando aún no sabía que estaba embarazada.
—¿Tú crees que es alguna clase de visión? —inquirí con cautela.
Se encogió de hombros con una mueca, dejando en claro que no lo sabía, pero lo temía.
—Sabemos que hay cazadores humanos en ese bosque —tercié, guardándome mi propia inquietud para tratar de tranquilizarla.
—&i