Mi incapacidad de moverme bien en cuatro patas me obligó a dejar a Baltar al mando de la defensa de esa zona, como antes de la ofensiva. Una decisión que alegró a mi primo, un guerrero avezado que en los últimos años no había tenido muchas oportunidades de participar en la lucha y añoraba estar en el frente.
Pero el ocio administrativo no era para mí. Dejé a Bricio, el hijo mayor de Baltar, racionando alimentos para el invierno y atendiendo las menudencias cotidianas, y me dediqué a preparar el puesto, en caso que este invierno fuera tan riguroso como el anterior.
Con eso en mente, me llevé a los Omegas al bosque, donde cortamos cuanto árbol caído encontramos para hacer sólidos postes de dos metros de largo. Sabía que no nos alcanzarían para lo que tenía en mente, de modo que dejé a la mitad de los muchachos hachando árboles muertos que a