A pesar del ardor en el pecho que le provocaba la desconfianza de Valentina, Mateo optó por guardar silencio, consciente del dolor insoportable que ella atravesaba. Con el corazón en llamas, regresó a la mansión, donde la sospecha lo corroía por dentro mientras intentaba descubrir quién había provocado el aborto. Aunque se resistía a admitirlo, solo un nombre resonaba en su mente: Isabella.
Con el ceño fruncido y la mirada gélida, convocó a los sirvientes a su oficina. El grupo llegó temblando, plenamente conscientes de que su complicidad estaba a punto de ser descubierta, lo que les acarrearía terribles consecuencias.
Mateo se apoyó contra el escritorio mientras los observaba con intensidad, luego habló con un tono engañosamente calmado: —Como bien saben... Valentina perdió a nuestro bebé en circunstancias más que sospechosas. —Apretó los puños con fuerza—. Quiero una respuesta clara: ¿alguien visitó la casa ese día?
Los sirvientes intercambiaron miradas nerviosas, retorciendo las