—Quédate aquí. Cierra la puerta. No la abras para nadie más que para mí.
Su voz fue un gruñido bajo y peligroso, el sonido de su lobo justo en la superficie. La orden vibró en todo mi cuerpo. Antes de que pudiera siquiera asentir, ya no estaba.
Escuché el sonido explosivo de su ropa desgarrándose, los chasquidos húmedos y enfermizos de huesos y tendones reacomodándose. Luego, un sonido diferente llenó la pequeña cabaña: la respiración pesada de una bestia gigantesca. Un gruñido grave y amenazante rasgó el aire, una promesa de muerte, y después la puerta desapareció. No se abrió; estalló hacia adentro, astillas de madera volando por toda la habitación mientras una forma negra y colosal llenaba el espacio vacío.
Y luego, se fue.
El silencio que regresó fue peor que el ruido. Era un vacío, un agujero abierto donde había estado mi única protección. Mis manos volaron a mi boca, un sollozo atrapado en mi garganta. Estaba sola. El cerrojo de la puerta parecía ridículo, una burla frente al ti