El silencio que cayó en la sala del consejo después de la palabra susurrada por la joven loba fue un silencio pesado, sofocante. Era el silencio de un mundo al que acababan de decirle que su pesadilla no había terminado. El nombre, Syzygy, quedó suspendido en el aire, como un veneno sin olor, un sonido sin origen, pero que me heló los huesos más que cualquier invierno.
La mano de Ronan era un peso caliente y posesivo sobre mi hombro, anclándome, pero podía sentir el ritmo frenético y atrapado de su corazón. Estaba tan aterrorizado como yo. Los miembros del consejo eran una tormenta caótica de aromas: pergamino viejo y miedo en el Anciano Cai, el agudo y acre olor de la incredulidad en los demás. Querían creerle a Lyra. Querían creer que la puerta estaba cerrada. Pero la palabra había sido pronunciada. Un fantasma había recibido una voz.
Nos retiramos a los aposentos del Alfa, la caminata un silencio tenso a través de una manada que contenía la respiración. En cuanto las pesadas puerta