Lo primero de lo que fui consciente fue del calor. No el calor de un fuego ni el de una manta, sino un calor sólido, vivo, que me rodeaba por completo. Estaba en el brazo alrededor de mi cintura, en el pecho presionado contra mi espalda y en la respiración constante y rítmica que movía el cabello de mi cuello. Era el olor a pino, lluvia y algo que era únicamente Ronan.
Estaba en su cama.
Los sucesos del día anterior volvieron a mí de golpe, no como recuerdos, sino como una serie de sensaciones. El frío y duro suelo de la sala del consejo. El aroma sofocante de las mentiras de Vigo. La desesperación aplastante de ver a Ronan alejarse. Y luego, el alivio explosivo y aterrador de su regreso. La pelea en el laboratorio, la revelación de los verdaderos amos de Vigo, el nombre que había resonado en nuestras mentes. Syzygy.
Pero allí, en la quietud de la mañana, nada de eso parecía real. Se sentía como una pesadilla de la que por fin había despertado. Lo único real era el hombre que me sosten