El silencio en la habitación era una cosa viva, algo que respiraba conmigo. Era un vacío donde mi ultimátum seguía suspendido, un reto lanzado a los pies de un rey. Ronan me miraba, su rostro era un lienzo donde las emociones cambiaban sin control: shock, incredulidad, y un horror lento, creciente, mientras entendía el alcance monstruoso de lo que le estaba pidiendo.
“Una niña,” murmuró, las palabras saliendo como una blasfemia. “Quieres que tome a una niña. Que la use como ficha.”
“Quiero que arranques el corazón de Vigo y lo pongas en mi pecho,” corregí, mi voz afilada como hielo, pulida en mi soledad. “Su inocencia no importa. Su seguridad sí. Pero su posición… es la palanca que va a mover nuestro mundo.”
Sentí su orgullo de Alfa levantarse, enorme, feroz, herido por la orden que le estaba dando. El aire se volvió espeso con su poder, una presión caliente y eléctrica que me erizó la piel. Iba a negarse. Iba a rugir, a llamarme monstruo, y yo volvería a mi celda sin ninguna esperanz