La sala de control del refugio está en silencio. Solo se escucha el zumbido del escáner que Darko sostiene sobre el muslo de Macarena. La señal es débil, pero clara. Nicolay observa el dispositivo con el ceño fruncido.

—El dispositivo no es solo de rastreo —dice Darko, ajustando el visor—. Tiene microcircuitos de transmisión.

—Es una cámara —confirma Nicolay, con voz grave—. Maldito Maldonado, no solo quería encontrarnos. Quería vernos.

Darko aprieta los dientes. El dispositivo ha estado filmando todo: los pasillos, los rostros, los protocolos. Maldonado no es solo un asesino. Es un estratega que juega con piezas humanas y se recrea en el horror que imparte a sus víctimas, es un asesino sin códigos, sin moral.

Nicolay toma el aparato. Lo observa por última vez antes de destruirlo con un golpe seco contra el borde metálico de la mesa. El crujido del plástico y los circuitos rotos es como una sentencia.

Macarena llora no solo por el miedo que tiene a que la asesinen, también por lo que