El regreso a su habitación es rápido. Emily se siente aturdida, todavía con el nudo en el estómago por lo que acaba de pasar. Apenas cruza la puerta, un equipo de estilista sube a toda prisa la escalera. Tres mujeres y un hombre con un maletín lleno de maquillaje la miran como si fuera una muñeca. No dicen una palabra. Simplemente empiezan a trabajar.
La sientan en una silla. Un par de manos expertas la desvisten, le quitan la ropa de la cena y la reemplazan con un vestido de gala. Es de un color plateado que brilla bajo la luz. La tela es suave, pero se siente pesada. El maquillador trabaja en su rostro, cubriendo la palidez y el miedo en sus ojos. El peluquero le arregla el cabello.
Se mira en el espejo. El reflejo la deja sin aliento. No se reconoce. La chica asustada de la cena ha desaparecido. En su lugar, hay una mujer sofisticada, poderosa, que parece estar en el lugar que le corresponde. Pero en el fondo, sabe que esa no es ella. Solo es una máscara. Emily se aferra a un solo