—¿Quién era? —me preguntó Dante y lo miré con el ceño fruncido. La amargura y la rabia corrían por mis venas.
—No te preocupes. Yo me encargaré —me levanté y caminé hacia la isla de la cocina para agarrar mi casco cuando me lo arrebató de la mano. Saqué mi pistola y le apunté. Cristina empezó a jadear. Él solo me miraba con sus ojos verdes suplicándome que no me vaya.
—Dámelo —no me obedeció, así que le quité el seguro a mi arma.
—No creas que no te mataré —le dije, con lágrimas acumulándose en mis ojos. Odiaba sentirme así, vulnerable y sin control.
Se acercó más, con su pecho tocando directamente el cañón de su pistola.
—Dispárame entonces. No saldrás de aquí hasta que hablemos. Esto no se trata solo de mí, Rebel, ¿o acaso olvidaste que estás tan metida en esto como yo? —me dijo. Tiene razón. Ahora había una recompensa por mi cabeza. Todo por el pasado, que ahora lo incluía a él. Volví a ponerle el seguro al arma y la guardé. Caminé hacia el bar, agarré un vaso y me serví un trago.
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