El sol aún no se ocultaba del todo cuando Tania irrumpió en el templo con pasos suaves y firmes, como si siempre hubiera pertenecido allí. Desde su llegada, su presencia se había vuelto constante, cómoda… demasiado cómoda. Tala intentaba mantener la compostura, recordar que nada de eso le afectaría, que su plan iba más allá de esas provocaciones, pero su paciencia ya comenzaba a agrietarse.
Ese día, mientras varios miembros de la manada se reunían en el templo para compartir un momento de calma, Tania aprovechó la ocasión para acercarse más al grupo. Ruddy estaba allí, sentado en el centro, como siempre, como si su sola presencia bastara para que todos se callaran.
Tala estaba a un lado, observando todo en silencio. Tania se inclinó con gracia, como si danzara entre los presentes, y se dirigió directamente a ella con una sonrisa cálida y venenosa:
—Ezra, cariño, ¿podrías traerme un poco de té de luna?
El silencio se esparció como una sombra por toda la sala. Los presentes se miraron e