El amanecer llegó con un aire extraño, denso, como si el bosque hubiera decidido guardar silencio. Tala despertó con el eco del sueño latiéndole en la cabeza: la imagen de sí misma, arrastrándose entre árboles, la sangre manchando la tierra, y esa voz que había atravesado la neblina: “Siete lunas. Siete veces se repite…”.
No podía ignorarlo.
Se vistió con rapidez y caminó hacia la sala más antigua del templo, aquella donde los muros estaban cubiertos de estantes repletos de pergaminos y libros amarillentos por el tiempo. El olor a madera húmeda y tinta seca le envolvió como un abrazo incómodo. Si Encendió una vela y comenzó a buscar.
Tardó horas en encontrarlo: un manuscrito encuadernado en cuero, sin título, guardado en la sección prohibida, oculta detrás de una fila de crónicas de guerra. Las letras, torcidas y desiguales, parecían escritas por una mano temblorosa.
Leyó en silencio:
“Cuando la loba marcada por la luna sea traicionada, su muerte se repetirá tantas veces como lunas ha