Amelia se despertó con la cabeza palpitante y la garganta seca. Buscó el vaso de agua sobre la mesa y bebió con avidez. Tenía la cabeza dando vueltas y sentía náuseas. Estaba evidentemente enferma.
"Una mañana preciosa", le dijo Dameron secamente mientras le entregaba dos pastillas de Advil.
Amelia no captó la broma, ya que estaba viviendo un infierno. Su cuerpo se sentía ajeno a ella y en ese momento se odiaba a sí misma. De mala gana, tomó las pastillas de su mano y las tragó mientras él le daba otro vaso de agua.
"¿Qué pasó?", se las arregló para graznar. Su voz era áspera.
"Te pusiste en ridículo emborrachándote y casi dejas que un bastardo te toque", escupió Dameron.
"¡No es cierto! Nunca dejaría que nadie me toque", se defendió.
"Porque la Amelia borracha sabe lo que hace", replicó él.
"¡Deja de inventar cosas!", gritó Amelia, intentando levantarse, pero volviendo a la cama inmediatamente cuando su visión se nubló.
"Va a tomar un día entero o más. Tienes resaca y necesitas repos