Cuando Andrea escuchó que estaba detrás del tipo que le gustaba a Jimena, se preguntó a quién se refería.
Recordaba perfectamente aquella vez que Regina le había ayudado a Jimena a entregar una carta de amor.
—No me digas que el hombre que estás tratando de conquistar es Gabriel, ¿o sí?
Regina apenas emitió un «mm».
Andrea se quedó de una pieza.
La familia Sáenz y la casa de los Solís siempre habían tenido negocios, su hermano y Gabriel eran uña y mugre, como hermanos; de hecho, Gabriel era casi como un medio hermano para ella.
Y ese «medio hermano» le provocaba cierto escalofrío cada vez que lo veía.
Si su propio hermano era un lobo con piel de oveja, Gabriel era un auténtico ogro, desprovisto de las emociones humanas más básicas. Como decía Regina, siempre con esa cara de funeral que te quitaba el apetito.
Jamás se le hubiera ocurrido que Regina tuviera el valor de ir tras él.
Andrea le levantó el pulgar en señal de admiración.
—¿Y ahora qué se supone que haga?
A Andrea le extrañó su