—Gabriel, sé que Jimena fue a buscarte hoy. Puedo explicarlo…
Regina luchaba por zafarse del contacto, pero no lograba apartarlo.
Él la sujetaba por la nuca, aplastando sus labios contra los suyos, besándola con una ferocidad que mezclaba mordiscos y caricias. Su voz, ronca y cargada de una oscura sensualidad, continuó con la burla:
—No, no te molestes en explicar. Me usaste para tu venganza, ¿y qué? Yo no perdí nada. Una belleza como tú, «reinita Morales», seguro cuesta una fortuna en esos lugares de lujo. Y tú te me ofreciste gratis, ¿por qué iba a decir que no?
Al escuchar sus palabras humillantes, a Regina un zumbido le taladraba los oídos y la rabia la hizo forcejear con más violencia.
Pero la diferencia de fuerza era abismal; le resultaba imposible liberarse de su agarre, escapar de su acometida.
Gabriel tiró el cigarrillo que sostenía, la alzó en brazos de un solo movimiento y la arrojó sobre el sofá. Le sujetó el mentón, forzándola a abrir la boca, y él introdujo su lengua con