Regina escuchó a Alicia evocar las anécdotas y recuerdos de todos esos años, y la nostalgia y la gratitud llenaron su corazón.
No quería ponerlos en aprietos, así que asintió rápidamente y, con la voz entrecortada, exclamó:
—¡Papá, mamá, muchísimas gracias!
Alicia estrechó a su hija entre sus brazos, y las lágrimas brotaron de sus ojos.
Incluso a Javier se le humedecieron los ojos; asintió varias veces, conmovido.
—Qué buena niña.
Una vez que bajaron del estrado, Alicia llevó nuevamente a Regina a presentársela a su círculo de amigas adineradas.
Esta vez, al verla llegar con su hija, todas la colmaron de halagos y miradas de admiración.
Alicia, ahora que tenía una hija, se sentía llena de vida. De pronto, como si recordara algo, sonrió y preguntó:
—Señora Luna, ¿y su hijo Ricardo? ¿Por qué no ha venido a acompañarnos un rato?
Al mencionar a Ricardo, el ambiente se enrareció notablemente.
Varias de las presentes voltearon a ver a la señora Luna con miradas tensas.
Regina no entendía por