La señora Luna dedicó una mirada fugaz a sus amigas.
Prácticamente toda la élite de Ciudad de México se encontraba reunida; en sus círculos privados, solían comentar sobre maridos e hijos, pero ninguna había oído que el heredero de alguna familia conocida tuviera una relación con Regina.
Entre ellas, la competencia era una constante.
No se trataba solo de ser increíblemente selectivas con las nueras; hasta sus hijas debían asegurar matrimonios ventajosos, nunca con alguien de menor posición.
—Regi, ¿y tu novio? ¿Por qué no lo trajiste hoy para que pasara un rato en familia?
Intervino una de las invitadas, intentando distender el ambiente.
Regina no quería que su madre pasara una vergüenza, así que, con el estómago hecho un nudo, improvisó una excusa.
—Está muy ocupado con el trabajo, no pudo venir.
—¿A estas horas y sigue trabajando?
Las señoras intercambiaron miradas cargadas de escepticismo.
Alicia sintió una punzada de nerviosismo por su hija. «¡Ay, esta niña, qué ingenua! ¡Cómo se