—Sí, ya casi son las doce —asintió Regina.
Después de responder, caminó tranquila hacia su cuarto.
Un ruido a sus espaldas la detuvo. Gabriel la había agarrado del brazo con fuerza, haciéndola girar para que lo encarara.
Regina arrugó la frente y bajó la vista hacia su brazo.
—¡Me estás lastimando!
Intentó soltarse, pero él apretó aún más. Sus ojos, intensos y serios, recorrieron su cara hasta detenerse en su cuello. Al ver que no había ninguna marca, suspiró aliviado sin darse cuenta.
Disminuyó la presión de su mano, pero su expresión seguía siendo dura.
—¿A qué fuiste con ese hombre?
El tono era una clara interrogación, como si la estuviera acusando de serle infiel.
Regina, por supuesto, lo notó.
—Ya te había dicho que fui a ver a un socio para hablar de trabajo, ¿no?
Ella sonó molesta.
—¿Hablar de trabajo o ir a comer algodón de azúcar?
Gabriel había escuchado la voz de Sebastián.
Ella admitió con sinceridad:
—Hicimos las dos cosas. Hablamos de trabajo, comimos algodón de azúcar y t