Gabriel se tensó ligeramente.
—¿No tienen otra cosa que hacer?
Sebastián soltó una bocanada de humo y sacudió la ceniza del cigarro con una sonrisa.
—Tengo curiosidad por conocer a esa tal Regina. ¿Qué tal si le dices que venga? Andrés y yo le damos su regalito de bodas.
Gabriel arrugó la frente, sin decir nada.
Andrés intervino de repente.
—Apenas te casaste, ¿no? ¿Y nos llamas para jugar cartas? ¿Se pelearon o qué?
Andrés era más observador que Sebastián. Gabriel no era muy fan de la vida nocturna; por lo general, solo salía a relajarse las dos noches que no tenía que ir a la clínica, y casi siempre aparecía pasadas las ocho o nueve.
Hoy, claramente, había salido más temprano y había sido él quien los había buscado, cuando normalmente eran ellos quienes lo invitaban. Andrés recordó la última vez que Gabriel los había llamado así; en cuanto Andrea apareció, él se fue casi de inmediato y de muy mal humor.
Gabriel, ya fastidiado, dijo:
—¡Ya cállense!
Con eso, todos entendieron la situa