Elena claramente no se esperaba que Regina dijera algo así; por un momento, se quedó sin argumentos.
Alzó la vista hacia Gabriel, que estaba enfrente, y lo vio con la mirada absorta en un punto justo al lado de ella. La expresión en sus ojos era indescifrable y le provocó una extraña inquietud.
Al notar la atención de Elena, apartó la vista con total naturalidad.
—Regi, no todos los hombres son unos patanes —intervino Mateo, en desacuerdo—. Hay algunos que valen la pena…
—Claro que los hay, pero ¿quién me asegura que uno bueno va a serlo conmigo para siempre? Nadie sabe qué va a pasar después. Y, entre un hombre y una casa, prefiero mil veces la casa. Esa sí me da seguridad.
Mateo consideraba que para un hombre era indispensable comprar una casa; al fin y al cabo, si uno pensaba casarse y tener hijos, necesitaba un hogar.
Le parecía que Regi era pragmática y tenía las ideas claras, pero involucrarse con una muchacha que ya cargaba con una hipoteca, sin duda afectaría la calidad de vida