Gabriel arrugó la frente.
—¿Qué pasa?
—Es Eduardo, me está molestando y no me deja irme… Eduardo, ¡devuélveme el celular!…
Se escuchó otra voz al otro lado de la línea.
—Pensé que ya habías terminado con ella. ¿Así que todavía se hablan?
—¿Quieres que te mate?
La voz de Gabriel era dura y amenazante.
Al otro lado de la línea, Eduardo notó su enojo y se rio con sarcasmo.
—Te doy media hora. Si llegas y me demuestras que en serio te importa, dejo que se vaya contigo. Si no vienes, entonces será mía.
Antes de que Gabriel pudiera responder, colgó y, un segundo después, le envió un mensaje de texto.
[Era una dirección.]
Gabriel dio media vuelta y entró de nuevo a la casa.
Mientras él había estado fuera, Regina había apagado la luz del techo y cerrado las cortinas. Solo dejó encendida la lámpara de la mesita de noche. Una luz cálida y anaranjada envolvía la cama, creando un ambiente íntimo y seductor.
Acostada bajo las sábanas, sentía el corazón latiéndole con fuerza.
Al escuchar sus pasos,