—¡Mamá, no me mates!
Regina se despertó de golpe, empapada en sudor. Se quedó mirando al vacío por un momento antes de sentarse en la cama y encender a tientas la lámpara del buró. La luz iluminó la habitación y reconoció el lugar.
Estaba en un hotel.
Otra pesadilla.
Se tocó el cuello, sentía un dolor punzante, y la garganta le ardía.
Se levantó y buscó una botella de agua mineral. Desenroscó la tapa y bebió a grandes tragos, intentando calmar la angustia que le oprimía el pecho.
Estaba sola en la habitación.
Encendió la luz del techo y la intensa claridad le devolvió un poco de vida al cuerpo.
Tomó el celular para ver la hora. Apenas las cuatro de la mañana.
No se atrevió a volver a dormir.
Se quedó sentada un rato, sosteniendo la botella de plástico con la mirada perdida, y luego tomó el guion para seguir leyendo.
***
En los días siguientes, Gabriel no la buscó. No hubo llamadas ni mensajes.
Regina decidió volver a trabajar a la tienda, incapaz de soportar la soledad del hotel.
Acomp