En el carro, Regina miraba por la ventanilla con la cabeza ladeada, mordiéndose el labio con fuerza y sin decir una palabra.
Pero su cara enrojecida dejaba claro que estaba furiosa.
Gabriel se incorporó a la avenida y habló serio.
—Nunca estuve de acuerdo con tus condiciones.
Al principio, ella no reaccionó. Tardó unos segundos en entender a qué se refería.
Entonces, se enfureció todavía más y volteó a verlo, indignada.
—¿O sea que tú sí puedes andar de coqueto con Mónica, pero yo no puedo ni salir a comer con Maximiliano?
Orilló el carro y lo detuvo. Ya había perdido la paciencia.
—¿Cuántas veces te lo tengo que repetir? No he hecho nada malo. No cené con ella, así que deja de imaginarte cosas.
—Ah, ¿no? ¿No fuiste a buscarla? ¿No te quedaste con ella toda la noche? ¿No hiciste que tu amigo invirtiera en su guion? Cuando ella me golpeó, ¿no te quedaste ahí parado sin hacer nada?
Regina hablaba cada vez con más furia y más odio.
—Gabriel, la inocencia no se demuestra con palabras. Para