La copa en la mano de Gabriel se detuvo a medio camino. Sus labios se apretaron hasta formar una fina línea y tardó un buen rato en hablar.
—Al principio, sí era feliz con ella.
—O sea que ahora ya no lo eres.
No lo negó.
Sebastián Sáenz lo observaba servirse una copa tras otra sin parar, y comentó con indiferencia:
—Si ya no pueden seguir juntos, divórciense. Con tus recursos, no debería ser tan complicado.
—Ella me pidió el divorcio, pero no acepté.
Él pareció sorprendido. Lo miró, levantando una ceja.
—¿Y por qué no quieres?
Gabriel apretó la copa en su mano y dijo:
—El matrimonio no es un juego. Apenas llevamos cuatro meses de casados.
A su amigo no pareció importarle y se rio con desprecio.
—Así como se casaron de la nada, se pueden divorciar igual de rápido. Hay gente que se casa en la mañana y en la tarde ya está en el registro civil otra vez. ¿Qué más dan cuatro meses? Les queda toda la vida por delante. ¿En serio quieres seguir así, hasta que no se soporten y se conviertan en