Maximiliano insistió.
—Negocios son negocios. Si no me aceptas este trabajo, voy a pensar que todavía no me superas.
Al ver su expresión de arrogante satisfacción, rechinó los dientes.
—Está bien, acepto.
Despreciaba los restaurantes del centro comercial.
Condujo con ella hacia un restaurante famoso que estaba cerca. Lo había descubierto con unos amigos hacía un par de días y, como le había gustado, quería que también lo probara.
En un cruce, un Ferrari azul marino y un Maybach negro se cruzaron.
Gabriel alcanzó a ver de reojo a los dos ocupantes del otro carro, y un gesto duro se apoderó de su atractiva cara.
Sin dudarlo, dio una vuelta en U y empezó a seguirlos.
Sebastián Sáenz, en el asiento del copiloto, levantó la vista de su celular, confundido.
—¿No que me ibas a dejar en la oficina?
No le respondió. Siguió al Ferrari hasta que este entró en el patio de un restaurante, y estacionó justo en el lugar de atrás.
Vio bajar a la pareja y se rio con sarcasmo.
—¿Vienes a jugar al novio