El aire en la clínica olía a hierbas y a sangre seca. Alona trabajaba con concentración sobre el costado herido de Helena, limpiando y ajustando vendajes, mientras al otro lado de la sala Lyra sostenía sus manos sobre la piel de Loiren. El rastreador respiraba agitadamente; la marca oscura que la mordida de vampiro había dejado en su hombro parecía arder como fuego.
Lyra limpio la herida y buscó sus cremas para aplicar sobre la herida, afortunadamente aún tenían medicamento para contrarrestar la herida de los vampiros o el chico hubiera fallecido. Danika, que estaba a unos pasos, se mordía el labio inferior, cada uno de sus miembros de la manada era importante y no podía hacer nada más que observar.
—¿Estás segura de que funcionará? —preguntó con inquietud.
Antes de que Lyra pudiera responder, Alona levantó la vista, con el ceño fruncido.
—Tranquila, Danika. Si alguien puede detener el veneno de esas criaturas es ella. Lyra es la mejor Luna que hemos tenido. —Entonces giró hacia Helen